miércoles, 6 de enero de 2021

El árbol de Navidad, desvencijado, verde desteñido como la cabellera de la tía Marta. 

Me río, la tía Marta siempre fue muy despistada, y su pelo reseco, una escoba roja y cobriza partida al medio por una franja blanca. 

Mi parte mala brota cuando veo que las cosas pueden empeorar, producto de la desidia. 

Vuelvo a la imagen de la Tía Marta y el árbol de Navidad. Casualmente la borla, que lleva a Papa Noel en su trineo, hace fuerza hacia abajo y tira la rama desde donde cuelga y parece caer justo en medio de la cabeza de la Tía, en ese hilo de canas profundo que parece un río de nieve. Y pienso en Papa Noel y su pista del Polo Norte frente a mí. 

 La casa de tía Marta, siempre fue lugar de reunión de esta familia de solitarios. Solo nos juntamos para estas fechas, porque hay que juntarse. Nunca fuimos una familia muy unida. Tía Marta es la hermana mayor de mi padre, y esta casa fue y es la casa que mi abuelo construyó para darle un hogar a su mujer e hijos. Es la casa de todos, pero Tía Marta nunca se fue de aquí. Viuda joven y sin hijos quedó al mando de esta nave, la casa es muy grande, oxidada y roída por los años. A Papá nunca le importó esta casa y a Mamá menos. Tengo un tío que vive en Londres y dos primos ingleses que casi no conozco. La Navidad acá es un rejunte de desalmados, entre mi tía, mis padres y un par de amigos de ellos, que vienen todos los años y con los que cursaron la carrera de física en la Universidad Nacional. Mis padres desde niña me aclararon que Papá Noel no existe, que es una burda acción de lucrar con lo pagano, y la Navidad es una buena excusa para juntarse un rato y comer rico y abundante. Criada con el estigma de no creer en nada. A mí, de todas maneras, la Navidad me encanta. Me gusta ver las vidrieras decoradas. Saber que nieva ese día y los niños son más felices que nunca. Y más, cuando pienso en mi familia decadente que por no creer en nada termina obligada a celebrar. 

 Me divierto con esta escena doméstica: el Papa Noel, la borla que por centímetros no se apoya en la cabeza de la tía, el arrollado de pollo con la ensalada rusa, la ensalada Waldorf que chorrea crema por los costados y una sidra caliente sobre las copas con polvo, que desde la otra navidad no se usan. Este año, con barbijos y distancia social, me alejo cada vez más de los comentarios aburridos de todos los años. De los modales despectivos y casi ya, ni nos abrazamos. 

 Nunca quise ser así, por eso tengo mi ritual, rezo y prendo una vela, para pedirle a Dios que me libere de tanta oscuridad. La solidaridad, la empatía para estos es molestia o cursilería. Una hija única, como yo necesita de aliados para sobrevivir entre tanta locura. 

 Tía Marta se levanta, ocupa la cabecera como anfitriona, con tan mala suerte que la borla con el trineo de Papá Noel que casi toca el borde de la mesa se engancha en el marco de los anteojos que usa como vincha. Por apurarse a comer Tía Marta se subió los anteojos en lugar de bajarlos, por eso llevan una cadena que le regalamos para que no los pierda, como hace siempre. El árbol cae y cae sobre ella. La tía grita, todos gritamos, las copas vuelan por el aire. Sonido de cristales rotos, de gente grande desesperada y el golpe seco sobre el costado izquierdo de la cara de Tía Marta que la desvanece. Intentos por hacerla reaccionar, frascos de perfumes que llegan en cadena y el silencio profundo de lo que parece ser una tragedia. Por fin,  la ambulancia, luego la policía y finalmente la morgue. Creo que mis rezos fueron oídos con odio, yo tampoco quise, o quería, que mi Papá Noel fuera del todo cierto. 

Espíritu Navideño

Julia Caprara

Diciembre2020